Juan Martín di
Lernia fue durante 20 años el cura isleño. Hoy, sigue bajo su luz, la
feligresía de la Isla Martín García y celebra ceremonias en distintas capillas
del Delta de Tigre. Tiene 52 años y desde los 24 ejerce, en Tigre, el
Ministerio Sacerdotal. En 1982 se acercó al Delta y desde aquel entonces
siempre estuvo ligado a las islas. Un resumen de su vida.
¿Cómo fueron tus
inicios en la Isla?
En 1982 hubo una gran inundación en el Delta, recuerdo que los
camalotes venían por el río Paraná desde el litoral, tapando arroyos del bajo Delta
y el Río de la Plata. A comienzos del 83 se acercó a la Iglesia una
directora de escuela del Arroyo Merlo del Delta entrerriano, recuerdo que se llamaba Elsa Colicho. Me contó que tenían el agua metida en las quintas desde hacía cuatro
meses y que la gente no podía trabajar con la madera que era su fuente de
trabajo. Muchos alumnos de su escuela estaban en su casa y en otra vivienda
lindera al establecimiento. El Gobierno no se había hecho cargo del problema y la
gente estaba desesperada.
¿Y qué pasó?
Nos metimos al agua, podríamos decir…. Empezaron las visitas al lugar y
luego organizamos colectas de alimentos y con un grupo de jóvenes empezamos a
trabajar. Los isleños más castigados estaban en
la tercera sección de islas, en San Fernando y por ese lado empezó la ayuda. Para ese tiempo el Paranacito
estuvo inundado casi un año, llegó a salir en la tele imágenes de gente con el
agua hasta el cuello. Éramos uno 20 misioneros recorriendo casa por casa llevando
ropa y todo era una desolación, la gente no podía ni vender su madera ni el
mimbre. Nosotros hicimos base en la Escuela 34 de Arroyo Borches y la Dirección
de Transporte fluvial nos facilitaba las lanchas escolares para movernos y
nosotros costeábamos el gas oil para los recorridos. Se fue dando una relación
muy linda de confianza y amistad con todas las familias. Tanto es así que una
vez superada la emergencia, seguimos yendo 10 años más al Borches.
¿Y ese espíritu
solidario quedó de alguna manera impregnado en la gente?
Sí y todo eso que se gestó de alguna manera dura hasta hoy. Al tiempo, un
grupo de vecinos del arroyo Naranjo se unió para formar una comisión y
recuperar la vieja escuela abandonada que funcionaba en ese arroyo. Estaba muy
destruida y ya la naturaleza la había tapado. Le propusieron al Municipio de
San Fernando si podían recomponerla y usarla como capilla. Y es al día de hoy que
sigue funcionando como tal.
¿Después de esto te
convertiste, por decantación, en el cura isleño oficial?
Para esa época todavía los Jesuitas estaban en el Delta. De hecho, desde
el año 1916 había una misión del Colegio del Salvador de Buenos Aires afincada
en el Delta. Tengo muy presente al último sacerdote que estuvo durante 20 años en
las islas, fue el Padre Nicolás Mihalevich que vivía en la Capilla Nuestra Señora
del Rosario, ubicada en el Paraná Miní. No sé cuántos años tendría pero ya
estaba viejito y enfermo por lo que me pidió ayuda en la tercera sección. Y ahí
empezó diría formalmente mi sacerdocio, en el año 1984. A esa zona me dediqué
hasta 1998.
¿Cómo es ser cura
en isleño?
En esos 10 años organizamos la Misión en 20 lugares del Delta donde una
vez por mes se reunía a la comunidad de arroyos linderos a las capillas para la
Misa y actividades en general que hacíamos con los isleños. Llegamos a tener dos
lanchas de 40 pasajeros cada una para ayudar con los traslados a las reuniones.
Recuerdo que una la habíamos reciclado, se llamaba La Concepción; y había
servido durante 30 años para transportar a los alumnos de la Escuela Parroquial
del Arroyo Abra Vieja. La otra, en cambio, la San Ignacio; la habíamos
construido en el astillero Jiménez de Benavídez.
¿Y pasabas el día
en cada lugar?
Sí. Después de la Misa venía la mateada y la charla en donde se tocaba
cualquier tema. Luego, almuerzo a la canasta o un guiso o un asado y si venían jóvenes de los grupos misioneros se hacía un
fogón; y ahí sí: folclore con canto y baile incluido. Y ya a la tarde partidito
de fútbol…
¿Jugabas?
Ja!… El cura también jugaba, aunque decían que daba con todo!JaJa… Y
finalmente a eso de las cinco de la tarde emprendíamos la vuelta dejando a cada
uno de los vecinos en sus casas. Y más o menos tipo 20 horas llegábamos a Dique
Lujan a guardar las embarcaciones.
En Delta no hay
plazas y mucho pasa por estos lugares de sociabilización como puede ser una
escuela o una capilla….
Sí, es así. Son lugares posibles para hacer vida social. Y para en mi
caso misionar. En las escuelas además de lo educativo se realizan actividades
de todo tipo, entre ellas, si la directora autoriza, la preparación de los
niños para la primera comunión y confirmación. En unas 20 escuelas se permitía
dicha actividad, por lo tanto había que visitarlas cada tanto, conseguir alguna
maestra o mamá que hiciera de catequista y llevar adelante la formación de los
niños y jóvenes. Días misionando y durmiendo en la lancha.....
Uf!.. dormir en una
lancha… imagino esto con estos primeros fríos…..
Dormir en la lancha implicaba tener como techo a la infinidad de estrellas que se ven en el Delta. Te cuento de una vez que me acuerdo
siempre: los jueves solía celebrar misa en Martín García, a las 19, y luego me
quedaba a dormir allí. Pero un jueves debía volver a Tigre pero el río estaba muy complicado esa noche y me varé. Era
julio: poca luna, mucha bruma y agua baja, una mezcla perfecta. Cuando sentí el
encallamiento no me quedó otra que preparar la cama!! …. Así que tomé unos vasitos
de licor que siempre tenía en la lancha además de la colchoneta y a la bolsa de
dormir: Dormí hasta las seis de la mañana. Otras tantas veces solo amarraba en algún muelle
solitario del delta y hacíamos con alguno de los que me acompañaba una fritanga
con un tintito para pasar el frío. Son recuerdos permanentes de esa agua bendita que me permitió conocer a una comunidad isleña maravillosa.
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