lunes, 20 de agosto de 2012

Gas de los pantanos


La manera más natural de obtener gas

Atir Broggia mantiene vigente una tradición isleña de añares. Extrae gas subterráneo a través de un sistema artesanal mediante la conexión de tubos. La comida y el mate se cuecen a fuego lento.



A él, las facturas de gas, no le importa si vienen con aumento. Tampoco le preocupan los metros cúbicos que consume por mes. Muchos menos cuándo vence la boleta de ese recurso indispensable. Él tiene sus propias reservas. No es que haya hecho inversiones de magnitud ni que sea el CEO de una multinacional. Lejos de eso. Atir Broggia, de él se trata, es tercera generación de isleños. Y desde siempre extrae gas de las profundidades del fondo de su casa. Broggia vive en el arroyo Pacífico, en el delta de San Fernando; apenitas cruzando el desmesurado Paraná de las Palmas y desde hace pila de años saca gas butano acumulado de las entrañas de su tierra. Se lo conoce como “Gas de los pantanos”.

El viaje hasta lo de Broggia dura más de una hora en lancha colectivo. Ni bien se cruza el Paraná hay que bajar en el primer muelle que se lo conoce justamente con el apellido de Atir. Luego, sí viene la navegación por el arroyo Pacífico hasta la casa de este hombre que luce un impecable pelo blanco. Atir va muy poco al continente, “una vez por mes a cobrar la jubilación”. Y a veces a visitar a su hermano “pero nada más”, aclara. “Viví toda la vida acá, hago mis dulces, en algún momento planté mimbre y se los proveía a artesanos del Delta. También recuerdo cuando había más población y a veces nos juntábamos varios para hacer un partido de fútbol”, escarba en su memoria. La memoria de Atir tiene 85 años.

Invita a bajar en el precario muelle de su casa. El pulóver, en esta media tarde donde el sol ya deja de verse pleno, delata el frío que hará en apenas minutos. Del bote un salto al muelle. ¡Pero cuidado! Las maderas crujen al impacto y la estructura tambalea. En un juego de rayuela se evitan los agujeros en los peldaños. Olor a hojas resecas que se queman en alguna salamandra cercana. No es momento de distracción: una pisada imprecisa puede ser un chapuzón inesperado. Sin mediar protocolos, pero con cortesía, Atir da la bienvenida y extiende el brazo para indicar el camino hacia dónde se encuentra el motivo de la visita.  Mientras que camina hasta el frondoso e interminable fondo adelanta como es que extrae el  gas de los pantanos: “Mediante un sistema de tubos que se encastran y que se van enterrando bajo tierra se llega hasta donde se acumula el gas; la idea es ir testeando con un encendedor cuando por el tubito sale gas. En ese momento quiere decir que estamos frente a una gran garrafa natural”, apunta. Una vez encontrado el reservorio natural, una manguera es conectada al tubo y de ahí a un tanque de agua que se usa como lugar de almacenamiento. Este tanque de agua está metido en un gran recipiente con agua alrededor para evitar que el gas se escape. Y desde ese tanque, mediante un sistema de llaves, se habilita la apertura del circuito para que el gas llegue a la hornalla. El mate y la comida se calientan con gas de los pantanos. La casa, en cambio, se hornea con gas de garrafas. Atir siempre tiene una garrafa a mano, aunque jura que “en verano casi no las uso porque con lo que saco yo alcanza para lo que necesito”, 



La noche se coló sin permiso y el frío atiza el cuerpo. Es apenas marzo. “¿Mate?, pregunta sabiendo la respuesta. Sin esperarla apura el paso lento hacia la cocina. La pava al costado de la hornalla ya está preparada para verter el agua. El mantel a cuadrillé naranja y negro, tipo pollera de estudiante, está prolijamente limpio y estirado para la ocasión. Vuelca el agua y en ese trayecto el líquido humea. La llamita que la mantuvo a temperatura es de un azul intenso. Es el color perfecto para saber que el gas y las instalaciones están bien.

La cocina en planta baja. A las habitaciones se llega subiendo unas escaleras de concreto. La heladera, en la cocina, arriba de unos tacos de madera por las inundaciones. Atir convida con pan y dulce casero de ciruela. Y cuenta: “Antes era una práctica muy usual en el Delta sacar gas butano, solo que en aquel entonces se lo encontraba a sólo cinco metros de profundidad. Hoy, en cambio hay que buscarlo 20 metros bajo tierra”, remarca Broggia. Es que al igual que ocurre a gran escala, sucede lo mismo en el terreno de Broggia: las reservas se agotan y es necesario buscar el gas butano cada vez más en las entrañas de la tierra. 

Gato Blanco, el muelle del buen comer

Gato Blanco, el muelle del buen comer



A la boca le deben todo. A raíz de ella y del arte del buen comer se le sumó, con el tiempo, el arte de la comunicación y los comensales una vez satisfechos, retirados y ya con la panza ricamente llena transmitieron con el “boca en boca” los manjares de este restaurante isleño. Se llama Gato Blanco y está sobre el río Capitán, sinónimo de la grandeza que es ese emprendimiento para el lugar. “Es así como nos hicimos conocidos, de a poco con lo que la gente iba diciendo una vez que nos visitaron, estamos en un lugar que no es una vidriera, hasta aquí han llegado miles de turistas tanto locales como extranjeros desde infinidad de lugares”, comparte Marcelo Oliveira, dueño junto a su hermano Ricardo. Escarba su memoria y recuerda que una vez unos turistas mexicanos llegaron con una servilleta del restaurante que tenía el nombre del mozo que los había atendido la vez anterior. Hospitalidad isleña le dicen por estos pagos. Comensales internacionales como Richard Gere, Matt Damon, Ricardo Montaner o Joan Manuel Serrat, entre tantos otros, han podido degustar un aristocrático bife bien ancho de chorizo. Y tierno.

Pero antes de llegar a la coartada dónde se esconde el sabor, el Delta cautiva con su vastedad salvaje y natural que le pide al turista el retrato fotográfico para el recuerdo. El viaje dura aproximadamente 50 minutos y la lancha se mete por ríos que son generalmente transitables por su calado. Pero el factor tiempo es una variable que a la mañana cuándo los hermanos se levantan saben cómo vendrá el negocio al mediodía: “Si llueve sale shopping y en la isla estamos solos”, grafica Marcelo en referencia a los turistas. Gato Blanco abre solamente al mediodía todos los días del año. “Nosotros siempre estuvimos vinculados a Tigre, mi padre cuando vino de Portugal vivió desde chiquito hasta los 7 años acá en la isla. Luego se instaló en la estación fluvial de Tigre dónde actualmente sigue trabajando un puesto de comidas rápidas”, rememora Ricardo. En el año 1984, intrépidos, se decidieron a comprar como inversión ese caserón del que quedan algunos vestigios en sus nobles maderas y en el hogar a leña que calienta el húmedo invierno isleño. “Siempre se barajó la posibilidad de colocar un restaurante ya que había muy pocos y cuando nos metimos, estábamos nadando en algo muy grande: hubo que hacer movimientos de tierra y dragados para rellenar y levantar el terreno”. En aquel año de vientos democráticos el primero que los recibió fue justamente un gato blanco. Al año la vejez mató su séptima vida y los hermanos Oliveira entendieron que ya tenían el nombre por el que su emprendimiento se haría famoso. Se inauguró a fines de noviembre de 1986. La cocina es clásica tradicional, con pescados, mariscos, pastas y parrilla.

Para 2004 el éxito acompañaba lo que había nacido como una inversión sin destino cierto y los hermanos dieron el batacazo construyendo un poderoso deck con grandes sombrillas dónde solamente allí pueden almorzar 200 personas. El viento y el sol pasaron a ser protagonistas del almuerzo también. A su vez continuó el salón interior como alternativa ya que allí hay capacidad para otras 200 personas más. “Estar en contacto con la naturaleza, en un ambiente al aire libre fue muy bien recibido por el público”. El Gato Blanco también ofrece un amplio verde para hacer una caminata relajante y a veces algunos tienen la posibilidad de ver algún fanático del lugar que llegó hasta allí en helicóptero. La máquina descansa y los chicos berrean alrededor de ella aunque la sorpresa también está asegurada para mayores. Los otros, los que tienen embarcación propia llegan con sus lanchas y algunos con cruceros que fondean frente al restaurante para que un valet parking recoja a los pasajeros. Para cuando llega el perfume del final, a la despedida aun le queda el coletazo del viaje de vuelta en lancha pero ahora la mirada se pierde con el silencio del que se siente satisfecho.



Gato Blanco es sinónimo del Delta. "Si hubiera una propuesta para abrir una sucursal en el continente ya no sería Gato Blanco", se sincera Marcelo. Gato Blanco, en definitiva, es una pincelada de color en el exuberante verde del Delta.

Cómo llegar
Desde  Buenos Aires, son alrededor de 30 km a Tigre por ruta Panamericana, acceso Tigre hasta estación Fluvial. En la estación fluvial de Tigre está el stand número 3 del Gato Blanco dónde informarse. Lanchas colectivas: salidas días de semana: 11.30, 12.45 y 14.15 y tardan 50 minutos aproximadamente. Fines de semana y feriados: salidas cada media hora a partir de las 11 hasta las 15 horas. Regresos: días de semana: 14 horas y 15.15, 16 y 17 horas.  Y fines de semana y feriados los regresos son a partir de las 14.30 cada una hora hasta las 17.30.